Éstas son nuestras próximas citas para el verano:
31 de julio, El Gastor, Piscina Municipal (11:00 horas)
31 de julio, Algar, Calle Real (22:00 horas)
5 de agosto, Espera, Plaza de la Iglesia (21:30 horas)
8 de agosto, Alcalá del Valle, Plaza Vicente Aleixandre (20:30 horas)
12 de agosto, Castellar, Plaza Andalucía (22:30 horas)
MÁS CORRE EL GALGO QUE EL MASTÍN
sábado, 28 de julio de 2012
Noche Blanca en las calles de Ubrique
Aquí os dejamos algunas instantáneas de nuestra participación en la Noche Blanca de Ubrique el pasado 27 de julio de 2012. Mientras tanto en London, se presentaban al mundo las olimpiadas más cool en muchos años. Para esta ocasión, tuvimos el placer de tener a la batería y percusión a Lele Leiva, sustituyendo a Ismael Colón.
El próximo martes 31 de julio estaremos actuando en El Gastor a las 11:00 de la mañana y en Algar a las 22:00 horas, también dentro del programa de dinamización que esta llevando a cabo Diputación de Cádiz. Ya el domingo 5 de agosto, lo haremos en Espera a las 22:00 horas.
martes, 24 de julio de 2012
Jaramago´s Blues Band... a Ubrique
El próximo viernes 27 de julio estaremos participando en la Noche Blanca de Ubrique con nuestro espectáculo itinerante. Debido a la naturaleza del evento, ofreceremos dos sesiones de 20 minutos, cada una en diferente localización del centro de Ubrique. Al igual que nosotros, otras compañías, magos, músicos y artístas en general, estarán llenando de vida el centro de este bonito pueblo de la sierra de Cádiz.
Para más información sobre la iniciativa, pincha aquí.
viernes, 29 de junio de 2012
Usted debe estar contento si cree que es un pajarito...
Continuando con los Cuentos para perros
de Miguel Mihura, aquí os dejamos…
USTED DEBE ESTAR CONTENTO SI CREE QUE ES UN
PAJARITO…
Era un señor tan
pobre, tan pobre, que no tenía ni un espejo en donde mirarse la tripa. Nunca se
había visto él mismo, y a los cuarenta y cinco años aún no sabía cómo era ni lo
que era. De pequeño se creía que era un toro de Andalucía y hablaba siempre en
andaluz, como hacían los bravos toros andaluces… En ese andaluz tan ordinario
que sólo saben hablar los toros y los hijastros de los picadores…
-Maldita zea tu
marezita de tu arma, niño –decía, escupiendo vaho flamenco por las narices.
Y cantaba saetas
preciosas cuando era Semana Santa, que por Andalucía es casi siempre… Y se ponía
rositas de olor en el pelo… Estaba precioso.
A los dieciocho
años recapacitó y comprendió que no podía ser un toro, porque los toros no
cantan saetas ni nada de esas cosas… Y desde entonces aquel señor que no tenía
donde mirarse se creyó que era un pajarito.
Esto no nos debe
extrañar. Todos nosotros sabemos que somos unos niños, unas mujeres, unos
perros o unos pulpos porque todos hemos
tenido un espejo donde mirarnos el
espejo nos ha dicho si somos hombres, perros o pulpos. Pero aquel señor era tan
pobre, tan pobre, que nunca había tenido un espejo donde ver lo que era, y el
pobre señor se creía que era un pajarito.
Todas las mañanas
y todas las tardes las pasaba subido a las ramas de los árboles silbando
bonitos tangos y habaneras dulzonas, que entusiasmaban a los chicos de los continentales. Para pasar
las noches se había construido un nido con ladrillo y cemento y vigas de
hierro, que él mismo fue transformando poco a poco con la boca. Allí vivía con
su mujer y sus hijos y una criada con barba y bigote.
Como aquel señor
era tan pobre, y además se creía que era un pajarito, iba siempre desnudo, como
van los pajaritos, y no consentía ponerse ni siquiera una bufanda, aunque su
esposa se lo decía mil veces:
-Tú, que te
levantas cuando sale el sol, debías abrigarte un poco, porque por las mañanas
hace mucho frío y te puedes morir…
Pero él piaba y no
hacía caso…
Frecuentaba los
parques tranquilos, y cuando veía a ese viejecito bueno que echa migas de pan a
los pájaros, él era el primero en acudir y se comía todo el pan, y después pedía
un pitillo.
El viejecito, en
realidad, no podía comprender que aquel señor fuese un pajarito. No es que le
extrañase su tamaño, porque podía ser un pajarito grande. Pero sí le extrañaba
que no tuviese plumas, pues todos los pájaros, por muy pobres que sean, tienen
plumas.
Sin embargo, un día
el viejo notó con sorpresa que aquel señor se le subía al hombro, y ya no dudó
de que fuese un pajarito.
-Será un pajarito
raro –acabó por decirse.
Y entonces
construyó una jaula grande y una tarde cogió a aquel señor con un pañuelo y se
lo llevó en la mano a su casa, y lo metió en la jaula y lo puso en el comedor,
junto al balcón soleado, para que alegrase las comidas con sus trinos.
Aquel señor tan
pobre, que siempre había vivido en las ramas frías y tristes, se sentía allí
bien, con el calorcillo agradable de la habitación, y, sin echar de menos a su
mujer y a sus niños y a su criada con barba y bigote, silbaba aires de películas
sonoras, y la mujer del viejecito le daba alpiste y lechuga con aceite y
vinagre. Y un palillo luego.
Allí en aquella
casa estuvo muchos años, y tomaba el sol desnudito, aunque aprendió a volverse
de espaldas cuando iba de visita alguna señora irlandesa.
Los días de nieve,
para que no pasase frío, el viejo lo metía en la cama, entre él y su mujer, y
así dormían abrigaditos, aunque a veces el pájaro les diese, soñando, patadas
en el estómago y por ahí…
Únicamente tenía
una pena honda. Como se creía que era un pájaro, no podía hablar, y esto era lo
que más le molestaba, pues cuando le daban pan, no podía decir que se lo diesen
con manteca…
El viejecito, su
amo, comprendió su pena honda, y para que no sufriese le dijo que no era un
pajarito, sino que era un loro. Y entonces aquel señor ya pudo hablar, como
hablan los loros, y sostenía conversaciones con todo el mundo, pues tenía un
carácter muy alegre y muy gitano. Muchas gruesas señoras iban de visita después
de cenar para hablar con aquel loro tan saleroso.
-Vaya una
nochecita hermosa de verano… -decía la gruesa señora abanicándose un pecho, que se le iba llenando
de aire, y poco a poco, elevándose, elevándose, hasta tocar el techo, de donde
lo tenía que coger la criada subiéndose en una silla, lo mismo que cuando al
niño se le escapaba el globo…
-Esta noche huele
a gato recién nacido más que ninguna noche –opinaba aquel señor desde su jaula,
que habían puesto encima de la mesa del comedor como se pone el aparato de
radio recién comprado-. Parece que esta noche hay puestos de gatos recién
hechos en todas las esquinas…
-¿A usted qué le
gustan más, los gatos o los cangrejos?...
Y así transcurrían
las agradables veladas, que, en realidad, eran un poco cursis…
Pero un día fue de
visita a la casa un marinero que entendía mucho de pájaros y le dijo:
-Usted no es un
pajarito. Usted es un hombre.
Y le dio un espejo
para que se mirase.
Entonces aquel
señor comprendió que había estado haciendo el tonto y se bajó de la jaula todo
colorado, con la vergüenza de haber hecho el ridículo tanto tiempo, y se puso
unos pantalones y una camiseta, muy fea y muy gorda, y se dedicó a estudiar
para eso de Aduanas, que tiene tanto porvenir…
(1931)
miércoles, 27 de junio de 2012
Cuentos para perros. Reivindicando nuestras letras.
Mucho antes de que el humor surrealista y
absurdo de Gila, los Hermanos Marx o los británicos Monthy Python, viera la luz
y se hiciera -en el caso de los anglosajones- mundialmente conocido, se
desarrollaba en nuestro país un Humor Nuevo liderado por un grupo de literatos a los que se ha llamado, muy acertadamente la otra generación del 27. Entre estos, encontramos nombres de la
talla de Jardiel Poncela, Tono, Edgar Neville o Miguel Mihura. A éste
último pertenece el maravilloso cuento titulado…
…El mar
Cuando
se dieron cuenta del olvido, todos lloraron como perros. El
pueblo entero gimió desconsolado. Aquello era la ruina. Era el
hambre. Era la muerte. No era para menos. Veréis lo que pasaba niños
míos.
Aquel
pueblecito pesquero era un verdadero pueblecito pesquero. En él
solamente vivían, con sus mujeres, rudos pescadores de cachimba y
barba, como esos que vienen aquí pintados. Miles de pescadores que
solamente este oficio tenían: pescadores, marineros, gente de mar.
En las tiendas del pueblo, como en todas las tiendas de los pueblos
pesqueros, solamente vendían aparejos y redes y bidones de brea, y
pies desnudos de pescadores, y palabrotas fuertes, envueltas, como
bombones, en el papel de plata del aguardiente. Había también una
preciosa playa llena de brisa, de casetas de baño preparadas para
los veraneantes alegres. También había cangrejos, y mojama, y
bacalao. (Pero el bacalao ya era algo caro.) Había, en fin, todo lo
que hay en esos pintorescos pueblecitos de pescadores. Lo único que
no había era mar. Se les había olvidado ponerlo. En el lugar donde
debía estar el mar, había una montaña con pinos y gente debajo
comiendo tortilla, que había salido quemada. No tenía mar aquel
pueblo y el mar más profundo estaba a setecientos kilómetros de
distancia. En Cádiz.
Cuando los pescadores de aquel pueblo se
dieron cuenta de este olvido, lloraron como perros muertos. Aquello era la
ruina. El hambre. El mausoleo. Los pescadores de aquel pueblo de pescadores
sólo sabían pescar, y no podían porque no tenían mar y ni siquiera lo habían
visto nunca.
Ya que el que hizo los pueblos, o el
Gobierno, no se lo había puesto al lado, como debía, pensaron en hacerlo ellos
por su cuenta. Toda el agua que había en
los botijos y en las palanganas de la mañana la echaron en un hoyo que hicieron
en el monte. Pero no salía bien el mar. Lo más difícil y lo que no podían
conseguir era poner salada el agua. Esto era imposible.
Los pescadores se pasaban todo el día en las
puertas carcomidas de las tabernas, sin saber qué hacer, muertos de hambre y de
indignación. Y ni siquiera les quedaba el recurso de irse a cazar al campo,
pues, como ya hemos dicho, aquello era un pueblo exclusivamente de pescadores.
Todas las tardes iban al muelle a ver si por
casualidad les habían puesto ya el mar, con la misma ilusión y temor que van
los niños al gallinero a ver si las
gallinas han puesto un huevo. Pero no lo habían puesto. No lo ponían nunca…
¡Qué asco! ¡Qué asco!
Aumentaba el hambre. Miles de criaturas
morían de inanición. Las mujeres daban aullidos de espanto. Era graciosísimo.
Daba mucha risa aquello.
Nuevamente fue una Comisión de pescadores a
charlar un rato con el ministro de Marina, que era el que tenía que poner el
mar.
-Pónganos de una vez el mar. No podemos
trabajar. Nos morimos de hambre.
-Por ahora es imposible –argüía el
ministro-. Ya no nos queda mar. No tenemos ni una gota de agua de que disponer.
Todo el mar que teníamos lo hemos puesto ya en otros puertos de mar como el de
ustedes.
-¿Y cómo no nos lo pusieron a nosotros, que
somos los que más lo necesitamos? ¡Es intolerable!
-Sin duda fue algún olvido. El ingeniero de
Caminos, Canales y Puertos, con barba blanca, que hace los pueblos y las
ciudades de todo el mundo no puede estar en todos los detalles. Sufre,
naturalmente, confusiones. Ya ve usted: cuando hicieron el mundo, que ya hace
siglos, pusieron la Giralda en Monforte. Fue una gran equivocación que costó
mucho dinero rectificar. Tuvieron que quitarla de allí y llevarla a Sevilla,
que es donde tiene que estar la Giralda. Si se hubiese quedado en Monforte,
figúrese qué compromiso. Hacer todos los pueblos del mundo es muy difícil,
caballeros. Hay que tener un poco de tolerancia.
-¡Pero es que esto es nuestra ruina!
–gimieron.
-¿Por qué no le piden ustedes un poco de mar
a Cádiz? Cádiz tiene mucho a los lados y la en la Punta de San Felipe, también.
-Ya se lo hemos pedido, pero no nos lo
quieren dar. Dicen que lo necesitan todo para echar dentro sus pescadillas y
sus gambas.
-¡Qué lástima!
-Pónganos usted, por lo menos, un río.
¡Cinco o seis metros de río!...
Pero no hubo manera. No quería el hombre. Y
entonces, cuatro de los más fuertes pescadores se fueron a América, que tiene
mucho mar, y lo cogieron y lo fueron estirando, como el que desenrolla una
alfombra, hasta que lo hicieron llegar a su playita.
¡Oh! ¿Qué júbilo! ¿Qué felicidad en todos
los rostros! ¡El mar! ¡El mar! ¿El inmenso océano!...
Al principio, todo hay que decirlo, nadie
tomaba en serio aquel mar. Hasta los peces se bebían toda el agua. Y por las
noches venía gente de los pueblos próximos y lo cogían y se lo llevaban a sus
casas metido en botellas y en tazones del chocolate. Quitaban las olas de
encima y las metían debajo. Hacían mil diabluras… Y cuando, por la mañana, se
levantaban los pescadores a verlo se encontraban con que lo habían robado. Y
tenían que ir por él a casa de los ladrones. Para evitar estos abusos, le
tuvieron que hacer una tapia, rodeándolo. Y una vez hecha la tapia, los
pescadores, tranquilos, empezaron a pescar. Pero, como pasa siempre con estas
cosas, empezaron a ocurrir desgracias. Hubo naufragios. Mucha gente se ahogaba.
Había abundantes tormentas. En fin, un horror de tragedias.
Y, entonces, el tabernero del pueblo inventó
una cosa para evitar todas esas tonterías. ¡Ya podía la gente bañarse lo que
quisiera!... ¡Ya podía haber tormentas!... ¡Ya podía haber naufragios!... Con
aquel invento ya no había peligros de ninguna clase.
El invento consistía en asfaltar todo el
mar. Y lo asfaltaron.
Quedó un mar repugnante.
Pero daba gusto pasear por él en carro.
Éste y otros suculentos cuentos, se pueden encontrar en la antología realizada por Julián Moreiro, Cuentos para perros, de la editorial Bruño (2003).
miércoles, 2 de mayo de 2012
Nuestras canciones infantiles favoritas (5)
Del
talento de Sir Paul McCartney poco o nada queda ya por decir. Para
los que aún no lo conozcan, para aquellos que todavía no han tenido
esa suerte, McCartney es tal vez el mejor compositor contemporáneo
de música para niños con vida. Si no nos creen, como muestra un
botón: “Ob-La-Di Ob-La-Da”, “Yellow Submarine”, “All
Together Now”, “Maxwell´s Silver Hammer”... y muchas
composiciones más, rastreables en sus trabajos con The Beatles,
Wings o en solitario.
La
canción que hemos elegido para nuestra sección pertenece a la banda
sonora de un cortometraje de animación del año 1984 titulado
“Rupert and the Frog Song” (Ruperto y la Canción de la Rana), en
ella, el ínclito de McCarntney se hace acompañar del simpático The
Frog Chours (El Coro de Ranas). Melodía deliciosa y pomposos
arreglos con aíres vintage para hacer de “We all Stand Together”
una de nuestras canciones infantiles favoritas.
miércoles, 25 de abril de 2012
Pensando en nuestro próximo espectáculo
Después del éxito obtenido con nuestro primer espectáculo “The Jaramago´s Blues Band... y vienen”, nos encontramos en la fase de pre-producción de nuestra siguiente propuesta. Aún no tenemos claro ni el título, ni los contenidos, ni las canciones... Lo que sí tenemos claro es el tema o leitmotiv que vertebrará el espectáculo, que le dará sentido y contenido; y va a ser las matemáticas. Todo un desafío, sí señora.
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El bueno de Pitágoras intentando concentrarse entre semejante balumba |
La astronomía, la música, la navegación por los Siete Mares, los ordenadores, la música digital, los sistemas de posicionamiento global (o GPS), y otras muchas cosas más que no sería posible enumerar en este blog, están condicionadas o son, pura y llanamente, matemáticas. Si unimos a esto que las matemáticas siempre han sido una de las asignaturas más “estimadas” y “queridas” por los educandos, la cosa se pone interesante.
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Un meditabundo Arquímedes dilucidando si entrar o no en la bañera |
El asunto tiene mucha miga, así que vamos a leer todo lo que caiga en nuestras manos y a documentarnos sobre el tema; vamos a conversar con personas que conocen la materia y que incluso transmiten sus vastos conocimientos en horario lectivo; vamos a sentarnos delante del piano, o vamos a ponernos la guitarra en el regazo para ver que nos sugieren las musas, las fusas y las corcheas. ¿Quién dijo miedo?
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Albert Einstein tras oír el último chiste de Chiquito de la Calzada. |
Todo un desafío esto de las matemáticas.
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